Si alguno ha seguido las publicaciones que he hecho en los últimos meses sabrá que si hay un libro que cito casi de manera compulsiva al referirme a la realidad política, económica y social del país es la pequeña pero muy ilustrativa del novelista George Orwell, "Rebelión en la Granja"; aun cuando "1984", su obra prima, tiene rasgos que es fácil identificar en la realidad venezolana actual, pienso que Rebelión en la Granja no solo tiene recursos metafóricos y situaciones más crudas y al mismo tiempo fáciles de entender por el lector ocasional, sino que muestra, casi como un profético manuscrito de Nostradamus, todo lo que ha venido ocurriendo en nuestro país desde que el presidente Nicolás Maduro arribo a la presidencia en una suerte de ejercicio de confianza ciega en torno a la figura del expresidente Hugo Chávez, quien decidió, en una rueda de la suerte muy compleja y llena de altos y bajos, designar a Nicolás Maduro como su sucesor y que debíamos votar por el para continuar su legado; pero lo que nunca se sospecho es que nuestro Viejo Mayor creía que había designado a un Snowball, pero lamentablemente resulto algo abismalmente dicotómico.
Lo que comenzó como una promesa de alguien que se sintió como un recién llegado a la política ejecutiva, como lo hizo ver en los primeros meses de su mandato, poco a poco se fue convirtiendo en un gobierno tutelado por grupos de poder que presionaban fuertemente a un político mucho más maleable y con menos carácter de decisión autónoma y manejo de las disyuntivas de los grupos de poder como la tuvo el presidente Chávez en los momentos más álgidos de su carrera presidencial, muestra de ello fue la inacción casi general que hubo para buscar diversificar la economía ante la estrepitosa caída de los precios del petróleo, demostrando el fracaso que significa y ha significado para muchos países del mundo la dependencia de un solo rubro para la economía de todo un país y la dependencia de las importaciones para cumplir la demanda de las necesidades básicas de un pueblo; todo eso se fue diluyendo en los Congresos de la Patria y los Motores Productivos que se convirtieron en espacios estériles de discusión y bicocas de divisas donde se asignaron recursos y privilegios a empresas y fabricas para el reimpulso de todos los recursos con los que cuenta el país para su reactivación económica, pero que lamentablemente se fueron desvirtuando hasta ser los primeros meros espacios de proselitismo político muy segregado y los segundos una oportunidad de unos pocos para enriquecerse fácilmente, dejando la inversión para la reactivación de otros sectores de la economía ajenos al petróleo como algo complementario y que no aporta medidas de solución a largo plazo para nuestro país.
Otra medida presentada como las panaceas de la nueva patria fueron el CLAP y el Carnet de la Patria, la primera para garantizar el abastecimiento alimentario a nivel local a través de los consejos comunales y el segundo una herramienta para garantizar a un nivel mucho más eficiente y personalizado la atención social y el alcance de las misiones vigentes, tristemente ambos objetos terminaron no solo teniendo un destino decadente, sino peligroso y extorsionador, ya que el primero no se garantiza ni la cantidad de alimentos que llegan por igual ni la frecuencia de entrega, además que las mismas no alcanzan para cubrir una dieta mensual eficiente y que en muchos casos es usada como herramienta de extorsión para obligar a la gente a pertenecer a una parcialidad política o brindar el apoyo electoral al gobierno, desvirtuando así su carácter de soberanía alimentaria y dejándolo como una mera herramienta electoral y de extorsión y el segundo es un instrumento demagógico donde, casi como una lotería normal, ofrece bonos, dadivas y preferencias de servicios a las personas para garantizar votos y conseguir un apoyo a cambio de migajas, donde la atención social se vuelve, de nuevo, una herramienta electoral y así mantener a la gente en una falsa alegría para que voten por ellos sin atender a las medidas a mediano y largo plazo para la recuperación de la grave crisis que afronta el país y, posiblemente, endeudar más al país ante el origen incierto de las dadivas sociales.
Como es posible que todo esto ocurra y las personas se mantengan en un letargo social tan absurdo, de la misma manera que los animales de la novela que precede este artículo: en el libro, un cerdito regordete, astuto y de gran sapiencia, llamado Squealer lograba, mediante un verbo rebuscado y persuasivo, que los animales aceptaran de manera paulatina medidas que poco a poco iban en contra de los principios instituidos por el Viejo Mayor y redactados por Snowball, haciendo que los animales, en su ignorancia, fueran aceptando poco a poco esto hasta que se volviera parte de nuestra cotidianidad, con la excusa que es mejor vivir esas situaciones que volver a los tiempos del señor Jones, antiguo dueño humano de la granja de la novela y que debían sentirse orgullosos de vivir en una granja dirigida por animales; ambos argumentos son un continuo chantaje durante toda la novela para que al final los cerdos se volvieran los nuevos amos despóticos y los animales con menor sapiencia se volvían mano de obra no solo forzada y barata sino feliz; la peor tipo de servidumbre, aquella que acepta con facilidad y alegría sus penurias en torno a un provenir mejor e incierto y la certeza que cualquier destino es bueno siempre que sean independientes del dominio de los humanos, cualquier parecido con nuestra realidad venezolana no es pura coincidencia.
Los Squealer venezolanos los vemos con desdén en las pantallas de nuestros canales y en emisoras de radio justificando cada acción y arbitrariedad en torno a un bien mayor, al uso del nacionalismo bananero, al apoyo irrestricto a un ideal más allá de la crisis que se vive en la actualidad y decirnos, casi con cinismo, que nuestro estilo de vida actual es mejor que el de muchos países del continente y que es necesario perpetuar esta experiencia para evitar un regreso de la burguesía y una posible intervención extranjera, todo estos e convierte, mas allá de una certeza, en una charada dialéctica que tiene como único fin perpetuar al gobierno actual ya si seguir manejando el erario público y las divisas del país, que están en manos del Estado de manera íntegra, para sus beneficios personales y mandando las migajas a un pueblo que cada vez se depaupera más y más y que poco o nada cree de esos Squealers aduladores y proselitistas que cada vez seducen menos, peor aumentan la indignación, por no decir arrechera, de un pueblo al que le escupe que su situación pronto será mejor y que debe ser agradecido con lo que tiene; el cual, como el Coronel de la novela del fallecido escritor colombiano Gabriel García Marques, "El Coronel no tiene quien le escriba", terminara comiendo mierda ante la grave carestía y pobre poder adquisitivo del venezolano.
El gobierno solo tiene una opción, afrontar y reconocer la grave crisis y buscar cualquier medida, aunque esta signifique doblar su orgullo y prepotencia ante la colaboración de otros sectores, lo cual permitirá recuperar, así sea de forma paulatina y paciente pero segura, la economía del país y por tanto la calidad de vida de los venezolanos, ya basta de justificarnos y creernos infalibles, la máxima de Simón Rodríguez de inventamos o erramos no podemos usarla al infinito, inventar y errar continuamente solo nos lleva a un círculo vicioso del fracaso donde se perjudica al pueblo, pero el gobiernos e mantiene impasible ante este perjuicio, es hora de medidas coherentes y decirnos las verdades aunque sean acidas y crudas, no rodearnos de aduladores de partidos y gobiernos, de Squealers que justifican todo y nos piden agradecimiento que hoy en día no merecen, el tiempo de los jalabolas se acabó, el tiempo de los persuasivos mentirosos se acabó, o comenzamos a actuar con coherencia y a favor del pueblo venezolano o nos iremos directo al abismo de la ignominia social porque es preferible una y mil veces quedarme con un Snowball que haga bien el trabajo que con mil Squealers que entorpecen o destruyen la moral de nuestra patria.